domingo, 26 de noviembre de 2006

Uno de los pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire. Traducción: Lahe.


LAS MULTITUDES

No está dado a todos bañarse en la multitud: gozar de ella es un arte; y aquello solo puede hacer, a expensas del género humano, un banquete de vitalidad, para quien un hada sopló en su cuna el gusto por el disfraz y la máscara, el odio del domicilio y la pasión por el viaje.

Multitud, soledad: términos iguales e intercambiables para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, no sabe tampoco estar solo entre la gente ocupada.

El poeta goza de este incomparable privilegio, poder ser a gusto él mismo y otros. Como esas almas errantes que buscan un cuerpo, él entra, cuando quiere, en el personaje de cualquiera. Sólo para él, todo está vacante; y si ciertos lugares parecen estar cerrados, es que a sus ojos no valen la pena ser visitados.

El paseante solitario y pensativo obtiene una embriaguez singular de esta comunión universal. Quien sin dificultad se casa con la multitud conoce goces febriles, de los que el egoísta se ve eternamente privado, cerrado como un baúl, y el perezoso, encerrado como un molusco. Adopta como suyas todas las profesiones, todos las alegrías y todas las miserias que la situación le presenta.

Lo que los hombres llaman amor es tan chiquito, tan estrecho y tan débil comparado a esa orgía inefable, a esa santa prostitución del alma que se da entera, poesía y caridad, a lo imprevisto que se muestra, a lo desconocido que pasa.

Está bien enseñarles alguna vez a los dichosos de este mundo, aunque sólo sea para humillar por un instante su estúpido orgullo, que hay felicidades superiores a la suya, más vastas y más refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de los pueblos, los curas misioneros exiliados en el fin del mundo, ellos conocen sin duda algo de estas misteriosas ebriedades; y, en lo profundo de la vasta familia que hizo su genio, deben reírse a veces de los que se compadecen de su suerte tan agitada y de su vida tan casta.


LES FOULES

Il n'est pas donné à chacun de prendre un bain de multitude: jouir de la foule est un art; et celui-là seul peut faire, aux dépens du genre humain, une ribote de vitalité, à qui une fée a insufflé dans son berceau le goût du travestissement et du masque, la haine du domicile et la passion du voyage.
Multitude, solitude: termes égaux et convertibles pour le poète actif et fécond. Qui ne sait pas peupler sa solitude, ne sait pas non plus être seul dans une foule affairée.

Le poète jouit de cet incomparable privilège, qu'il peut à sa guise être lui-même et autrui. Comme ces âmes errantes qui cherchent un corps, il entre, quand il veut, dans le personnage de chacun. Pour lui seul, tout est vacant; et si de certaines places paraissent lui êtres fermées, c'est qu'à ses yeux elles ne valent pas la peine d'être visitées.

Le promeneur solitaire et pensif tire une singulière ivresse de cette universelle communion. Celui-là qui épouse facilement la foule connaît des jouissances fiévreuses, dont seront éternellement privé l'égoïste, fermé comme un coffre, et le paresseux, interné comme un mollusque. Il adopte comme siennes toutes les professions, toutes les joies et toutes les misères que la circonstance lui présente.

Ce que les hommes nomment amour est bien petit, bien restreint et bien faible, comparé à cette ineffable orgie, à cette sainte prostitution de l'âme qui se donne tout entière, poésie et charité, à l'imprévu qui se montre, à l'inconnu qui passe.

Il est bon d'apprendre quelquefois aux heureux de ce monde, ne fût-ce que pour humilier un instant leur sot orgueil, qu'il est des bonheurs supérieurs au leur, plus vastes et plus raffinés. Les fondateurs de colonies, les pasteurs de peuples, les prêtres missionnaires exilés au bout du monde, connaissent sans doute quelque chose de ces mystérieuses ivresses; et, au sein de la vaste famille que leur génie s'est faite, ils doivent rire quelquefois de ceux qui les plaignent pour leur fortune si agitée et pour leur vie si chaste.

domingo, 12 de noviembre de 2006

Presentación de la Orquesta Atípica Timoteo en el el festival de la UOT

Voy a presentar a la Orquesta Atípica Timoteo. Ustedes saben que armar una orquesta de tango es algo verdaderamente complicado, me precede la enseñanza de Astro Piazzolla sobre el difícil arte de combinar los horarios. ¿O se piensan que estos cuatro (señala a los músicos con desdén) se levantan el domingo a la tarde, cada uno en una esquina distinta de Buenos Aires, y se toman tres aspirinas que nada pueden hacer contra semejante resaca, se llaman por teléfono, y todavía medio borrachos ensayan un rato y ya está? Bueno, no. O sí, a juzgar por las ojeras que tiene éste (señala al bajista pelilargo). (Risas). De todos modos, lo importante acá es que a estos muchachos les gusta el tango, y al igual que el tango, siempre mienten. Nos quieren hacer creer que esos temas maltrechos y pasados de moda que van a tocar son algo fresco, sólo porque ellos tienen, según dicen, mucho swing. Pero nosotros ─ustedes y yo─ somos todavía más vivos y aunque nos dejemos engañar un rato por estos cuatro malandras, esta noche los ponemos a prueba. Queremos saber que pueden hacer con esas manos, porque La Orquesta Atípica Timoteo se trata de eso: de lo que las manos saben hacer cuando el tango les enseñó a mentir. ¡Fuerte el aplauso y que empiece nomás, maestro! (Ovación)