sábado, 3 de marzo de 2007

Sobre el uso de la metáfora en las instrucciones de material odontológico descartable


Recostado sobre la camilla de mi dentista, la boca abierta al máximo, conversaba con ella, mi dentista, sobre las distintas propiedades de los metales utilizados para fines ortodónticos –ella elogiaba el oro, el metal perfecto, decía, eterno, de una dureza igual al diente. Recuerdo que en ese momento me llamó la atención que no dijese piezas dentales: en realidad, mi dentista es de lo más peculiar. Número uno: no usa guantes, lo que la obliga a untarse las manos con dosis pyme de crema humectante que un dispenser de tamaño alarmante eyacula con frecuencia semental. Segundo: mi dentista es pediátrica: no tiene reparos en demorarse en las más imaginarias explicaciones sobre el proceso ortodóntico, y creo que yo, por mi parte, más de una vez he sido tomado por el discurso infantil al preguntar urgentes tonterías y mirarlo todo con curiosidad voraz. Tercero: escucha música clásica y romántica en el consultorio a volúmenes que cabría esperar de la escuela de recepción punk, lo que impone un simpático juego ritual donde yo arriesgo un autor y ella sanciona mi respuesta –para orgullo de mi madre, más de una vez correcta. En este último tiempo he estado confundiendo a Chopin con Beethoven, esos edulcoradamente empalagosos acordes que, en hábil maniobra comercial, ella, mi dentista, nos convida para que proliferen caries y periodontitis auditivas por doquier.

Sucedió entonces que tras esa charla donde yo participaba a los tumbos, temeroso de un dolor que no llegaba, una expectativa ya familiar, me recomendó una marca de cepillos y partí raudo a la farmacia. Una vez allí, no tardé en ubicar los cepillos en cuestión obscenamente ofrecidos en punta de góndola como un libro premiado, y me dispuse a leer las instrucciones en el dorso del packaging. Me demoré unos instantes en el hermoso logo de la marca: unos ligeros pétalos superpuestos que un pasaje por el diseño gráfico (oh divergente curricullum vitae) me permitieron admirar con un mínimo rigor profesional. Fue así como leí lo siguiente: «Coloque el cepillo Bucal 311 a 45° del diente a la altura de la encía. Presione suavemente y con movimientos anteposteriores suaves, (como si las cerdas bailaran el hula-hula) cepille las superficies internas y externas de todos los dientes.»

En el horizonte del discurso científico, en los textos de divulgación comercial, jamás se vio comparación más osada, confusa y elocuente. Celebrémosla como una nueva conquista de la poesía. ¡Enhorabuena, poetas!

5 comentarios:

Clara O. dijo...

Jajajaja! No te puedo creer lo del hula- hula. Justo tuve esta semana un alumno hawaiano que me quería enseñar a bailarlo. Obviamente que no me presté ja! Tampoco me acordaba que iba con "h". Los blogs sacan dudas!
Muy lindo todo!

Mario dijo...

Hola Matias, como va?
que personaje tu dentista....
cerdas bailando hula hula....un hallazgo

saludos

lahe dijo...

clara ozambuco:
dicen que el hula-hula es una conocida danza de apareamiento en honolulu, polinesia y villa crespo. alerta!

naranjada de mario: mi dentista es gloriosa, a tal punto que aún no junté el coraje suficiente para preguntarle por qué no usa guantes.

Unknown dijo...

me gusto, muy instrucciones de cortazar

Unknown dijo...

Tardé en entender que la metáfora estaba dentro de la cita entrecomillada, pensaba que era acotación suya.

Luego entendí que sí, que hay que celebrar la nueva modalidad prospécticolúdica.

Y también entendí que no sería nada raro que este post sea el más visitado del blog. Al menos a mí me saltó a la vista. Lindo texto.